miércoles, 21 de octubre de 2020

Aquellos lejanos tilos de Eslovenia

AQUELLOS LEJANOS TILOS DE ESLOVENIA -¿Alguien sabe dónde está Eslovenia? – es la pregunta que abre una novelita corta, de la que se ha hecho también una película. Esta pregunta, me parece que ha merodeado mi vida, en gran parte, no en sentido geográfico, sino en las profundidades del inconsciente personal y social de mi existencia. También sé que las narraciones del Rey Matías y de la mora Elvira del Castillo de Liubliana, modelaron mi imaginación temprana como verdaderos mitos… Así como canciones tradicionales: “Moj ocka ima konjicka dva” o “En hribcek bom kupil”, y una docena de tonadas similares. Los viajes de mi familia a Europa, con sus visitas a Eslovenia, y un hermano que vivió allí por una década, también me enriquecieron con sus narraciones sugestivas y divertidas, pese a toda la historia previa del exilio de mis padres, tan lejos ahora para nosotros sus hijos, a finales de la guerra europea. En casa se hablaba esloveno y poco alemán, y a mis cuatro años mi madre, maestra profesional, hizo iniciarme en un librito de lectura llamado “Nasa Beseda”. Recién a los seis aprendí el castellano en la escuela argentina. Hoy ya no hablamos casi de la globalización, porque la vivimos naturalmente, incluso ahora agudizada por esta pandemia que nos encierra en casa, pero nos conecta cada vez más con el mundo. Así que no es de asombrarse que, en estos días, un amigo me llame de Eslovenia para charlar. O que lleguen por manos de amigos locales libros y revistas eslovenas o de los centros eslovenos de Buenos Aires y de Chile. Y mirando el globo en que viajamos todos, de nuestra astronave Tierra, pienso en que allí están en pleno verano… el calor en sus playas y en los Alpes soleados y su pandemia “controlada”, según ha declarado la Unión Europea últimamente sobre el que sería el primer país que lo logra. También me veo en este sur lejano y mágico de la Patagonia a miles de kilómetros… sentado en mi estudio, escribiendo estas líneas con la ventana abierta. Sospecho que la imagen de una historieta sería un tremendo paisaje blanco de frío y de nieve, casi al anochecer…y una diminuta ventana - la mía – con la única calidez de una luz encendida en el centro de la escena. Ya nadie camina por las calles de Comodoro Rivadavia, mi ciudad, y apenas pasa algún patrullero policial o una ambulancia, dos o tres veces en la noche austral. ¿Dónde está Eslovenia en mi niñez? Recuerdo un pueblito holandés a 27 kilómetros de la ciudad, un campamento petrolero de casitas y chalets con techos a dos aguas, pileta de natación y cine, que había construido la empresa Shell para su gente. Llegábamos en un trencito de trocha angosta y allí había unas 25 familias eslovenas. Recuerdo al ingeniero Vivod, a los Krizan, los Preseren… Janko Preseren fue mi primer amigo, personaje destacado, al que le decían Yanko, abanderado en las escuelas hasta su muerte prematura, compañero de aventuras en bicicleta, aprendizaje de conducción con su viejo Jeep reconstruido, picardías en la pileta con las niñas, y sobre todo, los domingos, la concurrencia a la iglesia monumental con su hectárea de libertad para jugar y correr con los otros niños eslovenos, mientras nuestros padres se reunían en salones de la feligresía, en el mismo terreno. Allí charlábamos y cantábamos en esloveno, y concurríamos a misa. Katy Preseren era la catequista del lugar. La empresa valoraba a nuestra gente por su obsesión para la eficiencia…todos cultivaban su quinta y su jardincito, muchos eran aficionados a los oficios de carpintería y destilación de bebidas, en los amplios sótanos de madera que esas casas tenían. Luego esas familias fueron por el mundo a Australia, Canadá, EEUU, Sudáfrica, etc. según los nuevos destinos que les asignaban los ejecutivos, así que con los años fueron quedando unos pocos. Esa fue mi primera Eslovenia. Algunos viajes a Buenos aires con mi papá y uno con mi madre, de los cinco a los diez años, me llevaron a conocer la Casa Eslovena, que ya coexistía con otros varios centros de las comunidades en Lanús, San Martín, Carapachay, etc. En ese lugar mi padre Pablo había conocido a mi mamá Cveta Germek, que fue maestra de primaria y trabajaba en una textil de Ciudadela, y cantaba en el coro y actuaba en el teatro de la comunidad. Toda mi vida hasta hoy, cada vez que viajo estos 2.000 Kilómetros, hago mi breve visita al lugar. A los diez años ingresé en un internado cerca de Bahía Blanca, a mitad de camino entre Bs. Aires y mi ciudad natal. Allí, comencé a escribir y a leer el idioma en otro nivel, ya que me comunicaba con mi familia por cartas, y tenía un par de libritos que mis padres me regalaron. Recuerdo El Décimo Hermano y Janko en la Pampa Argentina, como significativos. A los 18 años trabajaba en los Tribunales de la Justicia provincial de Chubut, así que comencé a viajar solo y conocía a gente como Antonio Mizerit a quien leía en Esquiú, un diario argentino, varios sacerdotes y escasos miembros de la comunidad. Con los años me integraron en la generación de Segunda Fila, pero eso ya es otra historia. A partir de mis publicaciones de todo tipo, en Eslovenia aparecieron Joze Preseren y Marica Hribar, y en Argentina Andrej Rot, que me editaron y entrevistaron varias veces. Heredé la talacemia tan común entre los alpinos, lo que me hizo buen andinista por esta adaptación de la sangre a las grandes alturas. También soy obsesivo como el esloveno medio en su trabajo. Y sin embargo, habiendo heredado muchas cosas de mi etnia, y teniendo padres y hermano esloveno, no logré la ciudadanía. Quizá el amor y el cariño que vivía en el Slovenski Dom, se me contrastaba mucho y me desanimaba la dureza de la burocracia de la Embajada Eslovena en Buenos Aires. Las pocas veces que fui, me superó la dificultad burocrática y el trato indiferente, por lo que además de la distancia, todo conspiró para que no lograra mi carta de ciudadano esloveno. Lo que no me preocupa, pero en su momento fue una desilusión, al menos afectiva. Mi hermano cuando llegó por primera vez al aeropuerto de Liubliana, tuvo un insight muy notable. Contaba que al pisar el suelo esloveno y respirar ese aire, mirar la gente, y avanzar con el grupo de pasajeros, se le impuso la idea clarísima de que era de allí, sintió profundamente su pertenencia. Y que en una especie de anamnesis le parecía que todo lo vivido hasta entonces, había sido en un modo trasplantado, casi ajeno, lejano de su esencia. Pienso que los hijos de los emigrantes tendríamos experiencias parecidas. En los veranos también me llevaba mi madrina, Teta Krizan, con su marido, a un paraje bonito en su verdor, a un vallecito que se llamaba Campamento Holdich, y allí también hablábamos esloveno. Mi padrino Francisco Nemanic era otro asiduo visitante de la casa familiar, amigo de mis padres, y llegamos a tener por poco tiempo a unos vecinos de apellido Lebenicnik. En fin, que aunque pocos, conocí tantos eslovenos como para descubrir que no todos hablaban igual, había acentos regionales, que me llamaban la atención, y algunos me producían leve comicidad por sus expresiones vívidas. Mi padre era de Belokraína, con gran influencia croata, a tal punto que llegué a aprender de sus amigos a hablar ese idioma de manera coloquial, aunque primitiva. Puedo sostener una conversación con algunas personas que se me cruzan en la vida, en forma elemental. Tiene una base de identidad eslava que comparte en las raíces con el esloveno. Mamá Flor, Cveta Germek, era encambio “Ljubljanska srajca”, citadina y expresiva, dulce en la voz. Ambos mundos eslovenos de los campesinos y de las ciudades fueron absorbidos y sintetizados en mi fuero interno. Ambos escribían y hablaban el alemán como su segunda lengua. Cuando no querían que los niños escucháramos algo, utilizaban el recurso de decirlo en el otro idioma, que casi todos desconocíamos. Mi madre tuvo la caligrafía gótica de por vida, y la conservaba a los 82 años cuando falleció en el 2008. En las paredes de casa recuerdo como imágenes muy fuertes, los cuadros del fotógrafo Erjavec, del lago Bled con su islita coronada por una capilla cristiana, una panorámica del castillo de Liubliana, etc. y una imagen maravillosamente encuadrada en símil oro de Marija Pomagaj. Esos paisajes interiorizados desde la cuna hasta la muerte de mis padres, son como la iconografía más fuerte y profunda de mi ser. Más tarde se agregaron pinturas y escenas, desde Luxuria de Janez Ljublanski hasta los dibujos de las publicaciones eslovenas que guardo pero no he profesionalizado como dibujante, ni como pintor, sino que las amo como una expresión íntima de sentimientos. Una vez, creo, envié algunos bocetos a la Casa Eslovena para su exposición. Otros, han ido poblando las distintas ediciones de mis libros. Alguna vez he soñado con dar una conferencia en la Universidad de Liubliana, y esa fantasía no era casual…remitía a un mandato de pertenencia muy fuerte, que hemos heredado como hijos, aunque estas aspiraciones sean exóticas y no significativas para los demás. Era parte de mi intimidad. Al igual que pensarme en Liubliana tomando un cafecito en uno de sus típicos establecimientos. Lo curioso de esto es que la vida tiene muchas otras prioridades, y así quedan titilando como lejanas posibilidades, hasta que pierden todo interés. Resignaciones de madurez, alejamiento de aquella patria interna que nos sirve de refugio cálido, pero que no nos ayuda a adaptarnos al mundo real de la conciencia y las intrincadas peripecias de la vida. Ni siquiera he podido enseñar el esloveno a mis tres hijos. Como estudiaba Latín desde los diez años de edad, y Griego desde los trece, hasta terminan la Universidad, y enseñando luego estas lenguas en profesorados de Letras, y en la Universidad también, cuando pude volver a ella después de la dictadura militar de Argentina, comprendí tempranamente las declinaciones y las diferencias del esloveno con el castellano que no las tiene. Todavía hoy, eso sí, me cuesta ser correcto en los duales, que no existen aquí. Andrej Rot y una Kutica me enviaron alguna vez textos de gramáticas eslovenas-latinas, que enriquecieron mi visión y ayudaron a una síntesis interna más cordial y completa. Y es que, ha llegado el momento de decirlo, el idioma de mis padres ha quedado como una lengua de los afectos, donde siento antes que reflexiono…mientras que el castellano es el idioma académico y de la vida de relación racional, más del pensamiento. Jamás he tenido experiencias formales o escolares del esloveno, eso ha hecho que mi aprendizaje adulto haya llegado a través de las lecturas de las revistas y diarios de ambos continentes, la biblioteca paterna con una mitad de publicaciones en esloveno, y muchas grabaciones del folklore, luego las cintas de actores profesionales con grabaciones de obras clásicas, y más cercanamente las radios, la televisión en internet e incluso Youtube. Una tercera Eslovenia se me fue imponiendo por la generosidad de las publicaciones que amigos y desconocidos me permitieron, facilitaron o incluso impusieron con traducciones y correcciones de originales propios, que siempre adolecían de algún error o podían ser optimizados por los especialistas. Así he podido releer muchos cuentos y poemas en ambos idiomas, lo que constituyó para mí una especie de milagro o maravillosa revelación. Mi hermano Lorenzo, que vivió en Eslovenia, ha sido traductor profesional entre otras cosas, incluso como medio de vida. Siempre me ha sorprendido esa posibilidad de lograr la traslación correcta de un texto. Como anécdota, me creí una vez capaz de traducir la Zdravljica, me parecías obvio… incluso prometí hacerlo en un tiempo, para que lo pudieran publicar. Pues, la realidad me llevó años garabateando en mis cuadernos ese intento, sin lograrlo en sus formas clásicas. No lo he logrado. Y aún estoy en deuda con esa gente que me lo pidió… Es que el castellano, no sólo es perifrástico, en general, sino que sus vocales abiertas invaden los espacios silábicos de otra manera, y dicho vulgarmente, algo breve en esloveno, siempre será más extenso en castellano, aunque te esfuerces… ¡quizá haya algún genio que lo haya logrado! No es mi caso. Un viaje en grupo familiar que realizó mi padre con el grupo familiar, fue la experiencia de reencuentro con sus hermanos y otros parientes y amigos después de casi cincuenta años, que duró un par de meses de estadía en la casa de una hermana y excursiones por Eslovenia y el resto de la Europa occidental hasta España y Portugal. Recuerdo narraciones emocionadas de esos abrazos iniciales, en que primero se miraban los familiares como perplejos, después de tanto tiempo, y tras unos momentos de paralización se arrojaban en llanto a los abrazos interminables y expresivos, con interjecciones, lágrimas y movilizaciones fuertes. Los jóvenes fueron presentados, y una ola de afectos contenidos los invadía a todos. Mi padre disfrutó muchísimo, tuvo ese privilegio de ver a su país independiente. Esa fue una alegría profunda que motivó sus últimos años, con expresiones constantes de comunicaciones y búsquedas, Volvió a su patria de visita, y recuerdo cuánto nos maravillaban las primeras estampillas del correo familiar con la nominación de Eslovenia en su belleza colorida. Recuerdo ahora que, cuando el inicio de la guerra, contaba haber atravesado aldeas y bosques, incluso con la nieve, para distribuir Svobodna Slovenija, unas hojitas periódicas que circulaban entonces, para que la resistencia tuviera sus propias noticias. Y de su hermano clérigo, que luego fue fusilado en una montaña, el mártir Lorenzo, porque en lugar de huir con él por Austria, dijo que se quedaba con las mujeres y niños que llevaban hacia Italia, “yo me quedo con mi gente”, expresó, y abortó la fuga personal planeada. Quizá pueda decir a esta altura de mi vida que es improbable que llegue a conocer la Eslovenia real, física y geográfica. Incluso familiar y humana. Pero nunca se sabe qué depara el destino…y será entonces que parafrasearé al poeta español, diciendo “Aunque sepa lo caminos, yo nunca llegaré a Eslovenia…La muerte me está mirando desde las torres de Liubliana”. Encambio siento haber hecho un largo recorrido por los caminos de su cultura y su espíritu, sobre todo a través de la literatura. Cuarenta y siete años de archivos y trabajos he logrado reordenar y reciclar después de jubilarme, en mi casa. Esa habitación atiborrada ahora se transformó en cuarto para los nietos que nos visitan. Y en mi oficina, habiendo también descartado toneladas de papel, en un trabajo de más de un año de duración, he quedado con los documentos y fotos necesarios, constancias de experiencias importantes, títulos y cursos, carpetas de itinerarios diversos. Mi hija heredó las historias de consultantes, ella es psicóloga, junto con mi biblioteca extensa de psicología y filosofía. Todo el resto me rodea en este momento, e iré a internarme en las historias literarias de mi currículum de escritor, para develar, recordar y sintetizar mi otra Eslovenia…la de mis publicaciones, reportajes y vivencias de contacto con Marica Drolc, Andrej Rot, el pastor Rodé, Vladimir Kos…que me han tenido en cuenta o me citaron, o criticaron, e incluso ayudaron a publicar en esloveno. Porque mis satisfacciones literarias han sido predominantemente en castellano, por una cuestión normal en mi vida en este entorno cultural. Pero el alma se me escapó muchísimas veces hacia mi patria interior, esa que conozco como voy sintetizando a esta altura del decurso de mis itinerarios en esta tierra. Muchas veces he contado la anécdota de que mis sueños nocturnos son en ambos idiomas…los psicólogos dicen que esa es una característica de auténtico bilingüismo. Pese a mi carencia de formación académica en la lengua íntima y cordial, he logrado elaborar y procesar algunas páginas para el recuerdo… O para el olvido. Pero que intentaré reseñar brevemente a fuer de ensayar una historia coherente de esta existencia paralela eslovena o como integrada extrañamente a mi persona total, a mi ser complejo y sutil. Mi primer libro de “Literatura” como díría la Mafalda de la historieta de Quino, fue un manual esloveno, editado en Buenos Aires un año antes de mi nacimiento, para los hijos de los inmigrantes, titulado Nasa Beseda. Ahí aprendí a partir de los cuatro años con mi madre maestra, a leer un poco, y después a escribir. Las ab Anécdotas de mis lecturas de carteles en la calle eran constantes, ya que los leía “en esloveno”… por ejemplo frente a casa había la central de Policía de la incipiente ciudad, y yo pronunciaba “politzia” en lugar de decir policía como en castellano. Mi aprendizaje del idioma local fue en el jardín de infantes, kindergarden, decíamos. Allí estábamos todos los hijos de otros países y aprendíamos a hablar es lengua común, ya que en nuestros hogares cada familia utilizaba su propia lengua de origen. Había pocos argentinos, ya que eran los del correo, bancarios, policías, maestros, etc. casi todos con empleos estatales. La escritura se inició en la escuela primaria en lo que llamaban 1er. Grado inferior. Tenía compañeros de todos los lugares del mundo, un pueblo cosmopolita, hasta chinos y rusos recuerdo, más italianos y portugueses, polacos, en fin, de toda la fauna humana mundial. Eso me hizo conocer desde la infancia las culturas más diversas que se mantenían en la intimidad de los hogares, donde después jugábamos con nuestros amigos. Este librito incluía primeras lecciones de alfabetización, pero también oraciones, festividades, versitos folklóricos, canciones populares y la explicación detallada de la geografía eslovena. Siempre me llamó la atención el respeto por el nuevo país en esos textos, y más tarde, que al final tuviera incluidos a los grandes escritores con textos infantiles adecuados para los niños; Janko Leban, Edmundo D’Amicis, Oton Zupancic, Cika Jova, Josip Ribicic, Anton Medved, Josip Jurcic y…etcéteras interminables. La biblioteca de mi padre fue el ámbito que me despertó a la mitología universal del libro…esa sobreestimación de la palabra impresa, que se trasladaba también a las revistas y periódicos. Con Borges aprendí que no hay cosa más efímera que un diario…y que las revistas traían material un poco más rico que se podía seleccionar. Pero ganar tiempo era leer los libros. Un error juvenil era creer que lo que estaba escrito, era verdad, de alguna manera. Cuántas Ingenuidades he debido superar a lo largo de mi vida. Pero los trescientos libros, más o menos, de las estanterías paternas me dieron un panorama de lo que después descubrí, ya mayor, que era la literatura escrita, opuesta al habla cotidiana en Eslovenia. Esta distinción entre lenguaje y expresión librescos y los cotidianos, nunca fueron en Argentina tan diferentes. Sí el cuidado estético y la expresividad poética, pero no había un cultismo forzado… Autores de todo tipo, sin mencionar que a mi padre de joven le había apasionado Karl May, que eran traducciones de aventuras del lejano oeste americano escritas por un alemán. Nunca soñó que vendría a vivir a este continente. Los autores, mejores y peores, los iría nombra, aunque ninguno me fue particularmente preferido. Desde biografías hasta letras clásicas eslovenas, desde el Preseren de Uvod h Krastu pri Savici…hasta, pongamos Moja rast de Drolc. Cualquier desorden escandaloso, casi en contrarios. De las cumbres a las suaves dolinas… de las letras. Uno ya no cree en la “Gran Literatura”…porque las autopromociones, los negocios editoriales e incluso lo ideológico-político, conspiran para manipular las valoraciones y las lecturas. Pasan los días, los meses…los años y las décadas, los siglos, y entonces el tiempo va dando a cada uno su justo lugar, por decantación. Podemos leer griegos y latinos, o indúes, etc…porque van quedando las páginas valiosas. Lo demás va evaporándose en el olvido. Alguno acuñó el término Longseller para oponerlo a la hojarasca de los bes-sellers publicitados, sobrevalorados. Por eso la actitud es siempre la libertad de hacer un itinerario propio… Nosotros creíamos también en un cierto eurocentrismo. Hoy el mundo es redondo, el planeta es igual en todas partes en el sentido cultural, y somos menos manejables en supuestas superioridades e inferioridades culturales. Que no es lo mismo que lo económico o lo político, es más humano, tiene que ver con la naturaleza pura de las identidades de los pueblos…Me parece. Una alumna de intercambio estudiantil de Tokio IV que vino a la Patagonia Argentina como miles de todas partes, un día en el aula, era la primera clase, me preguntó: -¿Usté, plofesol de litelatula? –en su típica pronunciación, bastante correcta por lo demás. -Claro, le dije. ¿Por qué me preguntás eso? -Polque usté habla. -Cómo, porque hablo. Explico los autores, los movimientos y escuelas, analizo algún cuento… -En Japón, plofesol de litelatula no habla… -Y ¿qué hacen, Noriko, en sus clases? -Plofesol tlae liblos, y liblos, y nosotros leemos y leemos y leemos… y a la tarde tlae hojas, y nosotros esclibimos, y esclibimos y esclibimos. La anécdota es una analogía de lo que deberían ser las clases de literatura… sumándole que a medida que las personas crecieran, fueran gradualmente autónomas en sus elecciones de textos. Creo que así he ido creciendo… un poco rebelde y outsider en esto. Quizá hay demasiadas literaturas en el planeta. Cada año se publican más papers, libros y revistas literarias que en toda la historia previa a los diez últimos años de la humanidad. Eso ya dice algo sobre las posibles valoraciones. No tenemos posibilidades reales de juzgar nada… y las pertenencias y comunidades de creatividad se hacen importantes, imprescindibles referencias. Pienso en mis inicios literarios en los sesentas, publicando en diarios locales y en una revistita de la ciudad de Viedma: Rincón Patagónico. Se necesitaron quince años para que llegara a mis primeras letras eslovenas, AL MENOS, PUBLICADAS. Fue a fines de los setentas y a inicios de los ochentas. Fue a la par un proceso de identificación con un grupo de jóvenes de Buenos Aires y otras ciudades como Mendoza, Córdoba y Rosario, de eslovenos de lo que se llamó la Segunda Fila. Se revitalizaron después de la caída de la dictadura militar en Argentina… Sintetizando, mis primeros poemitas que aparecieron en su revista Druga Vrsta, fueron Bozicna Pesem y dos o tres más, cuyo tono era el propio de la nostalgia de Eslovenia en los hogares de los emigrantes en el nuevo lar, celebrando y viviendo en nuevas tierras, imaginando navidades y vivencias en aquella Eslovenia lejana y ausente. Hay que decir que se cantaba y brindaba en el idioma materno, y se disfrutaban discos de grupos folklóricos eslovenos. No conocía a nadie personalmente de la segunda generación, todo era comunicarnos por cartas y en la revista misma. Nunca entenderé cabalmente cómo me descubrieron, publicando a 2.000 kilómetros al sur de la capital, en la Patagonia central, aislado de los ghetos eslovenos y de las comunidades de paisanos, de los hogares y de los centros de publicaciones. Quizá alguno de mis primeros libritos o artículos en diarios capitalinos me delataron para este grupo de jóvenes inquietos y meritorios, que buscaban otros caminos nuevos para el crecimiento cultural de la identidad inmigratoria. En mis cuadernos iban apareciendo sueños y poemas en esloveno, que anotaba sin propósito específico, y que nacían espontáneamente. En el 1981 aparecen los primeros publicados en Buenos Aires, y recién diez años después, se edita en forma de Cuaderno mi “Rodne pesmice in se kaj”. Para entonces ya me comunicaba también con gente de Eslovenia y Rodna Gruda, Druzina, me editaron como novel escritor esloveno de las pampas argentinas…Un dislate, ahora que lo pienso con el tiempo. Al mismo tiempo observo que en 1980 aparece un primer dibujo con título en esloveno, que actualmente es propiedad de un pensador argentino llamado Miguel Grinberg, de otra inmigración importante: “Zenska” (tinta sobre papel n° 58/80). Llevaba registro de todos mis dibujos y los regalaba a los corresponsales y amigos. Claro, son “dibujos de poeta”, sin otras pretensiones. Ahí se me escapaba la identidad profunda, sin mucha conciencia de ello, cada tanto. Por años, una serie de ellos se llamó Umetnoko, como una apócope misteriosa para los de habla castellana, y que significaba más o menos algo así como “el ojo estético”… Terminada mi escolaridad, el magisterio y la universidad, es que me casé, tuve hijos, y trabajaba ya no en la Justicia, sino profesionalmente en la Universidad y los institutos de Chubut y Santa Cruz, muchas veces como profesor viajero. Participé de muchas revistas y grupos, y tenía una prelidección por los creadores patagónicos, a los que comenzaba a entrevistar, estudiar y difundir. En eso, aparece mi contingencia con los jóvenes eslovenos de Buenos Aires. Hurgando en mis archivos encuentro, con gran sorpresa, que mi primera publicación en un medio eslveno está en español. En la Revista Meddobje de Febrero-Marzo de 1979, aparece mi poema “Catedral del Viento”, una composición de fuerte temática local, ya que Comodoro Rivadavia es la capital del Viento en Argentina. Tuvo mucha difusión regional por su color local, pero no recordaba esta contingencia con la Slovenska Kulturna Akcija. En esa época enviaba mis publicaciones también a los centros eslovenos de Buenos Aires… Recuerdo que luego se iniciaron correspondencias con creadores jóvenes, sobre todo con Andrej Rot. Una periodista eslovena, Marica Drolc, anduvo por esta Patagonia, y era mi corresponsal luego, en esa época. Se maravillaba del paisaje cordillerano, tan solitario con la maravillosa naturaleza…lo comparaba con paisajes eslovenos, pero la diferencia estaba en que en Europa todo está habitado. Me contó que a orillas de3l Lago Argentino tuvo la sensación de estar sola en el universo… en comunión total con esa naturaleza sin vestigios humanos. En Junio de este año 1979, en Roma, era ordenado sacerdote el padre Mario Vidmar, de una familia eslovena que llegó a Comodoro a fines de los sesenta. Uno de sus destinos fue Eslovenia, y dada nuestra familiaridad, me escribía breves pero expresivas líneas de sus experiencias. Reconozco que no retribuí esa correspondencia epistolar, sino esporádicamente, pero años después, regresando a Comodoro, fue nombrado párroco de la Catedral local, con lo que volvimos a vernos a menudo. Él para mí, ya conocía la experiencia de la vida actual en Liubliana y el resto del pequeño país, visitando sus parientes y amigos, ya que había nacido allí mismo. Todavía hoy voy a ecucharlo a sus ceremonias, y estamos cotidianamente conectados por Waths App, a la usanza contemporánea. Nuestros padres ya han fallecido, así que en Comodoro quedan muy pocos eslovenos, como Iván Ahlín, Juan Homovc, Mario Vidmar citado, mis hermanos, y pocos más. En mis Cuadernos, que llevo por décadas, como un diario universal de vida, aparecen de vez en cuando páginas de reflexiones y apuntes en esloveno. Entre tanta hojarasca de publicaciones en suplementos literarios y varios reportajes veo que siempre mencionaba mis orígenes, citando mi identidad profunda y lejana en geografías, tan cerca del corazón. Y revolviendo esta montaña de biblioratos, aparecen también borradores de poesía repentista, que nunca llegó a publicarse, de poemitas eslovenos como gotitas de emoción propia en un mar de letras. Poco más hasta los ochentas, donde una Tía, Teta Toncka, hermana de mi padre me comenzó a escribir a mí también, además de la correspondencia habitual desde los cincuentas con mis padres. La motivación, quizá, haya sido el proceso de liberación de Eslovenia, y las fantasías familiares de poder regresar alguna vez a nuestros orígenes…cosa que no sucedió, excepto con mi hermano Lorenzo que lo hizo por una década y regresó a Argentina. En 26 de julio de 1980, leo en una reseña de Tine Debeljak sobre un libro mío, en Svobodna Slovenija, que como corolario expresa: “…Upajmo , da se bo se veckrat oglasil ne samo v kasteljanskem delu ampak tudi – slovenskem”. A partir del 1981 se intensifican mis cartas desde Gozd, Kranj, y Buenos Aires, algunas de las cuales conservo. El ejercicio epistolar siempre me costó, así que con los hispanohablantes la mitad del texto iba también, en respuesta, en español. Las estampillas todavía eran de la vieja Yugoslavia. La palabra Yugoslavia, siempre me ha parecido un error. Permítaseme ser un poco lacaniano por un ratito en esto, aunque sin las exageraciones de un Slavoj Zizek. Y no sólo porque a los eslovenos fuera de Eslovenia connota historias tristes de exilios y de diásporas, sino porque para los idiomas eslavos la raíz de Jug comunica a niveles inconscientes, sumisión, inferioridad y sumisión. Todos los imperios dibujaban sus cartografías con las capitales al norte, como caput, esto es capitales, cabezas. El caso bien conocido es el de los árabes que ponían a Europa por debajo y el África en coordenadas superiores. Un mapa al revés de los actuales. Y no sólo eso: la idea de Jugoslavija, en Eslovenia misma remite a una dependencia de Belgrado, al menos. Lo que quizá no se percibe conscientemente, al menos, es que en los idiomas latinos refiere a Yugo, que es el palo travesero que se usa para uncir a los bueyes, su yugo, y por extensión se dice que es un yugo cualquier situación de dominio extremo o injusto, sin acuerdo o aceptación del que es sub-yugado. En el caso de las tiranías, por ejemplo. Quizá es por ello que, por esa vieja historia de Yugoslavia y estas correspondencias inconscientes, siempre evité de usarla. Su traducción sería en mi fuero interno: país de los eslavos esclavos. Y en la época previa a la independencia de nuestro territorio, para los que vivíamos fuera de él, la palabra Eslovenia se nos revelaba como una iluminación, como una promesa luminosa en sí misma. Pero volvamos a lo nuestro, específicamente. En Julio del 1982 inicié con mi padre unas largas entrevistas, anotando y registrando su historia personal para la familia. Eso trascendió, y logré publicar lo más significativo en su esloveno original, como me lo contaba, en forma de Cuaderno de edición limitada, creo que de 400 ejemplares, que distribuí vía correo y regalé a familiares y amigos. Esa experiencia, acompañada de una colección de fotos que fui logrando e integrando, fue una sumersión importante en las coordenadas de mi identidad. Allí aparecía como teniendo raíces ricas y profundas, a través de un árbol genealógico totalmente esloveno, e incluso los orígenes en la Carnolia, y quizá en Viena, por el apellido que sería de la nobleza Austríaca del 1612, según los registros del Palacio Imperial de Viena. Esos cuadernos hoy son un tesoro para mí, porque fue la relación explícita más fuerte que tuve con mi padre en el plano personal. Y sí, éramos eslovenos. Una confirmación profunda se estableció en los meses siguientes, como una coincidencia, ya que me escribían jóvenes de la segunda generación de inmigrantes, quizá por mi dedicación a la cultura y a las letras, y terminó en asombro, superando toda expectativa imaginada, con la aparición de poemas propios, en esloveno, en la Revista Druga Vrsta en noviembre del 1981. La publicación ya tenía cuatro años, una pequeña tradición entre los pensadores y artistas connacionales que comulgaban con su origen y formación en muchos aspectos de su identidad. Esas humildes páginas, llenas de entusiasmo y amor, incluían mis creaciones, creo que por primera vez en esloveno, y con una tirada de 20.000 ejemplares. Eso fue profético… La revista Meddobje elogió esos textos iniciales, brevemente, en una reseña. Creo que allí descubrí que había superado mis etapas previas de narcisismo esloveno, tan oculto, tan secreto, reducido a mis cuadernos personales- Recuerdo algunos nombres como Vinko Rodé, Pavel Fajdiga, Andrej Rot, un tal Adamic… Siempre había publicado, creo, en español argentino, como decimos nosotros a partir de Borges. A modo de epifanía, fue muy significativo para mí. Agrego a esto que en el contexto de la guerra de Malvinas en Argentina, conocí andinistas en Bariloche, donde hay una importante comunidad eslovena, que si bien no he frecuentado demasiado, me ha influido en el reconocimiento de tendencias genéticas propias por las montañas y las excursiones maravillosas. En todos mis reportajes y en mis propias columnas, siempre había consignado mi condición de esloveno, pero en esta década previa a la independencia, eso se transformó en algo fuerte, significativo y esperanzador. Y seguí las noticias y novedades de esa historia que algún día podría renacer a Eslovenia. Y luego eso, se cumplió. Abreviando, hubo un premio nacional de cuentos de la fundación Olimpia, y regresó la democracia en Argentina. La nueva libertad posibilitó nuevas publicaciones, y un libro del Fondo Editorial de Canal 9 me llevó a la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires, esponsoreado por el gobierno, con la presentación del profesor Guillermo Ara de la Universidad de Buenos Aires. Ahí conocí personalmente a Andrej Rot que hizo algunas notas en Glas y un extenso reportaje que publicó en la revista Celovski Zvon de Klagenfurt (Austria). Se iniciaba otra etapa, ya más conocida. Comencé a ver comentarios y publicaciones en Druzina, Meddobje, Glas, Razgledi, etc. Me publicaron en mayo del 1983 un especial para Glas Slovenske Kulturne Akcije, titulado “Una deliciosa Leyenda medieval” donde profundizaba la historia popular del Rey Matías, como mito esloveno. Otro destacado fue “La otra espada y el Bufón” a mediados del 1985. Al año siguiente y ya ininterrumpidamente, publicaba sobre aspectos eslovenos generales, en diarios regionales y argentinos, de la temática cultural y tradicional, ya que no me sedujo la política, en sí misma, más allá del “olor a la flor de la independencia” que ya se extendía por fuera de la Eslovenia misma. En 1989 con la caída del muro de Berlín, eso quedó por fin a la luz total de las naciones. Eure Hedi saludaba desde Klagenfurt con cartas motivadoras. Lindwig, Haffi, etc. aparecían con cartas en alemán y esloveno, comentando algún aspecto anecdótico. Janez Preseren publicó unos poemas en Rodna Gruda, y me llegó una invitación del Pen Club de Eslovenia a través de la Slovenska Kulturna Akcija de Buenos Aires para participar de un encuentro internacional de escritores eslovenos, al que no pude concurrir por un accidente de montañismo, que me invalidó por ocho meses. France Papez mencionó el reportaje magistral de Rot en Celovski Zvon en la revista Meddobje y leía algunas referencias en Glas, de vez en cuando. Esto me confortaba mucho, aunque no se relacionaba con mi actividad de periodista cultural y escritor en el ámbito argentino. Era una sensación de alegría interna distinta, más íntima y profunda. Era como, por primera vez, pertenecer a donde pertenecía… Poco puedo contar ya del resto, porque a partir de 1990 hubo muchas satisfacciones, pero pocas sorpresas, excepto una selección de varios cuentos traducidos al esloveno en la revista Literatura en su sección de la Diáspora, de magnífica edición y calidad literaria. También mis columnas habituales abordaban la Eslovenia vivencial de esos días para los lectores latinos, y alguna vez me llegaron ecos de programas radiales en RTVSlo. Hoy eso es más fácil, por la tecnología que me permite ser testigo de la vida en esos lejanos lugares, aunque confieso que todo me interesa, excepto las peleas políticas partidarias, que ni siquiera con buena voluntad logro comprender del todo, por faltarme el contexto real de convivencia cotidiana. Pero Eslovenia sigue en mi corazón. Agradezco esta posibilidad de comunicar vivencias, pido disculpas si hubo abuso de anécdotas en alguna parte, pero espero con toda el alma que muchos exiliados, y eslovenos que han regresado, así como el compatriota común, empaticen con mis experiencias que seguramente coincidirán en muchos casos en el amor a este país maravilloso, con tantos siglos de historia difícil, y ahora libre de libertad, dueño de sus proyectos y posibilidades. Pavel Strukelj para Andrej Rot - MMXX

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